Friday, April 7, 2017

Charly, nunca te mueras


Carmen Molina Tamacas

El algoritmo pernicioso que le permite a Facebook conocer nuestros deseos, desde los más sublimes hasta los más oscuros y perversos –como dicen Les Luthiers- me advirtió hace un par de meses de algo que nunca hubiera podido imaginar: Charly García, en concierto, 25 de abril. Nueva York.

Siempre lo seguí. Desde que grababa sus canciones –a la cuenta de 3, 2, 1 en la radio Super Stéreo-, desde que no pude ir al único concierto cerca de El Salvador –Antigua Guatemala, abril de 2004- su secuencia de colapsos, excentricidades y su proceso de “rehab”. Me sorprendí al ver la transformación que ha dado mucho de qué hablar en los medios argentinos, primero, con novia jovencísima abrazada por la cintura y luego poniendo el broche de oro al cierre del festival por los Derechos Humanos en Buenos Aires, Argentina –diciembre de 2010. Su voz cortaba como tijera enmohecida el ambiente caldeado por decenas de miles.

Cuando había perdido la esperanza aparece ante mí el poster de 60x60 y su gira. A 45 minutos de mi casa y unos 55 dolaritos. Demasiado bueno para ser verdad.

Y llegó el día. Logística paterna solventada, punto de encuentro: Times Square. Ese lugar donde uno no puede cerrar la boca ni los ojos… en un pestañazo puede ser arrastrado por la policía montada, un newyorkino apurado o una horda de turistas que persigue al Gato con Botas para una foto. Allí, en la esquina de Broadway y la calle 44, a unos pasitos de la famosa Bola de Cristal que anuncia la llegada del año nuevo, nos atrapó el olor a empanaditas.

Nuchas, un quiosco de panadería artesanal de origen argentino, aprovechó la enorme cola formada ya pasadas las 7:00 de la noche, pero con los últimos rayos del sol primaveral para promover sus productos. “Nos vemos en el recital”, decía el camarero improvisado, repartiendo rellenitas de pollo y vegetales a los hambrientos.

El Best Buy Theatre es un pequeño laberinto subterráneo que desemboca en un moderno espacio para 2,100 personas. Una sección de butacas presidía una duela llena y un escenario con un piano de cola, un teclado y unos maniquíes ante un público “maduro”. Nada de chiquillos.

Banderas argentinas por aquí y por allá, gritos desaforados ante la presencia de algún famoso –en Nueva York pudiera ser cualquiera- y latas de cerveza acumulándose hasta las 8:30 de la noche, después que una muy breve prueba de sonido y luces dio paso a una secuencia de portadas, fotos, dibujos y sombras que no cualquier artista tiene: un medio siglo de Charly García.

Y comenzó potente, todavía a oscuras, con los acordes de “Fanky” (Cómo conseguir chicas, 1989) enloqueciendo a todos, que saltábamos tratando de mantener la cámara enfocada y no perder detalles del maestro, sentado en el piano de cola. “No voy a parar”, fue lo primero que dijo. Y después “¡Buenas noches New York!”.

Él mismo y su banda "La Prostitución" vistió sobretodos caquis y de la pantalla gigante se desprendió el clásico parche con su firma para portarlo en su brazo derecho.

El repertorio fue un menú demasiado suculento, demasiado clásico para no creérselo. Mr García, como le llama The New York Times. Charly el viejo, Charly el joven, Charly el loco, Charly el que regresó.

Y no cualquiera lo logra. Pero sobrevivió de las luchas contra él mismo y sus demonios –drogas, alcohol y quién sabe qué más- y volvió con la voz machacada –como le pasó a Sabina, como le pasaría a Cerati- con su espectro recargado. Quizás por eso de inmediato amarra con fuerza uno de los hilos que tiene atado a Luis Alberto Spinetta con este mundo. “Rezo por vos”.

Una pareja de bailarines deshizo sombras de colores al ritmo exquisito y tanguero de “No soy un extraño” (Clics modernos, 1983) y el público recargó energías para gritar y aplaudir con “Yendo de la cama al living” (1982) y “Cerca de la revolución” (Piano bar, 1984).

Solo YouTube es mi testigo en este momento de cómo fue Charly y sus conciertos antes de superar décadas de angustias y anfetaminas. No sé cómo fue… pero este Charly está rechonchón con lo que hace, se enoja si le ocurre algo al piano y llama a los técnicos para que lo reparen, se le bajan los bifocales de abuelo parrandero y sólo se los acomoda para seguir tocando, empuja a sus músicos para que no le teman al “monstruo”, y trastrabillea entre los cables y se golpea los muslos con el teclado pero mantiene el aplomo.

Después de un intermedio extraño –“dos minutos y medio”, bromeó- que mostró fragmentos de la cinta “Un perro Andaluz”, de Luis Buñuel, con algunos fragmentos de sus letras, llegó el tiempo para “Pasajera en trance” (Demasiado ego, 1999), “Los dinosaurios” (Clics modernos), “Influencia” –“esa canción la hice mía”, reafirmó- y “Demoliendo hoteles”, después de una despedida que nadie se creyó, en ruta a lo que nadie quería, un gran final.

“This is the first song that I wrote”, dijo, y quiso convencernos que ya era hora de ir a dormir: “Después de esto no hay más, no queremos más. Esto fue perfecto”.

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En una entrevista reciente en Mundo Casella, demasiado lúcido, mostrándose como una enciclopedia de la genial distorsión artística que le corre por las venas –“Yo estudiaba música clásica, no me gustaba mucho lo popular y cuando escuché Los Beatles me rompí la cabeza”, “Las cuartas y las quintas es una figura que yo uso mucho, en vez de acordes (como) Do Mi Sol le sacás la tercera y que da Do y Sol, entonces el acorde no es mayor ni menor, esa canción tenía eso, como ‘Love me Do’, “Y de Los Beatles me robé… la atmósfera”, “Yo creo que uno florece como artista en esa época (adolescencia) y después recuerda. Muchas canciones que fueron éxitos como ‘Seminare’ de Serú Girán, son pedazos de melodías que yo ya tenía hechas”, “Rasguña las piedras es el antecesor de ‘The Wall’ lo que quería decir era eso, el muro que te iba levantando la sociedad y vos mismo”, “Casi todas las bocinas están en Si bemol, que es la nota particularmente irritante”, “La Negra (Mercedes Sosa) era la gran intérprete mía. Hicimos un álbum con todas canciones mías, nos queríamos muchísimo”. Sobre esa primera canción que escribió, hace 40 años, Charly cuenta: “Nosotros (con Nito Mestre) no le teníamos fe a esa canción. La compuse en la terraza del hospital militar porque había fingido un soplo cardíaco… para fingir los síntomas mi mamá me traía anfetaminas. ¡Yo no sabía qué eran! Un día me tomé un par, qué se yo y me empieza ‘bum, bum’ el corazón y tuve que ir a la terraza a correr. Cuando volví, estaba en la cama, hice un pentagrama y ahí salió ‘Canción para mi muerte’. En el longplay ‘Vida’ de Sui Géneris hay muchas canciones que hablan de cosas que yo no conocía, que me pasaron después…”.

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Y sí, el cierre fue perfecto. Ojalá que nunca te encuentre en la mañana dentro de tu habitación y prepare la cama para dos.