Friday, February 9, 2018

Ermis Cruz: "Tengo cuatro semáforos"


Recorte de La Prensa Gráfica, 10 de febrero de 1999. Cortesía de Fernando Umaña

Semaforear: dícese de un nuevo verbo que te enseña a conjugar Ermis, en una ciudad que, si te descuidás, te hace suyo: el Distrito Federal.


Ciudad de México. Apenas se besan. Cuerda y diábolo, vertiginosos, hacen el amor.
Ermis se ha despojado de las carcajadas. Al levantarse de la mesa se convierte en un maestro del malabar.
Uno que otro transeúnte y los otros comensales de este modesto y culinario rincón mira de reojo los sincronizados movimientos de esta escuálida silueta que viste camisa blanca, pantalón oscuro y tirantes que desafía miles de fuerzas a la vez. Gravedad. Fricción. Autoexilio.
Cada alzamiento de brazos, por mínimo que sea, exige velocidad. Un gesto de dolor le advierte que es mejor detenerse. Comprendo. Hace unos cuantos días, trabajando, se jodió un hombro.
En tres meses, el diábolo y los malabares le han permitido sobrevivir en la monstruosa marea de esta ciudad.
"Tengo cuatro semáforos", me cuenta, mientras tomamos algo que aplaque la sed antes de perdernos en el laberíntico Centro Histórico. Churubusco y División del Norte; Félix Cuevas y Universidad; Félix Cuevas e Insurgentes; Barranca del Muerto y Revolución.
Allí, cada tarde, este joven teatrista, malabarista y músico salvadoreño hace de las suyas para ganarse el sustento. Unos cien pesos, o 10 dólares, en cada hora pico, los suficientes para comer, viajar en el metro (renta una habitación en Copilco), escaparse a ver museos y lo más importante: ahorrar para poder pagar la escuela.
Pero no la secundaria, ni la universidad: la Escuela Nacional de Arte Teatral de Centro Nacional de las Artes donde quiere, a costa de dolores y sueños, obtener su título de licenciado en actuación.
Cerrado quedó el capítulo de la duda. Y de los temores por abandonar una patria donde las opciones están casi agotadas.

Con su permiso, don Diego
¿Cómo encontrar a un salvadoreño, hermano en la sangre de las artes, en la metrópoli más grande de América Latina?
¡Oh¡ omnipotente casualidad ¿Vos sos Ermis Cruz, verdad? "Sí". ¿Hacés teatro, verdad? "Sí..." ¿De El Salvador, verdad? "¡¿Y vos quién sos?!"
No fueron demasiadas preguntas. Encendieron las luces. Sentados uno junto a la otra, nos reconocemos. Preside nuestro encuentro don Diego Rivera, a los nueve años, tomado de la mano de la Calavera Catrina. Con su permiso doña Frida y don Benito, iremos a vagar.
Nos contamos la vida a cuentagotas y cuadras, ambos legos en la nomenclatura de esta ciudad.
"Estoy chambeando en las calles y plazas públicas... tratando de acostumbrarme al pinche chile", dice, y nos reímos a hurtadillas de los meseros en uno de esos cafés ubicados cerca del Zócalo.
Y por ahorita nada más. De eso hace dos meses, cuando esperaba ansioso el 11 de agosto que, además de darle su 28º. cumpleaños años, le abriría las puertas del primer semestre académico. "Me cagué de la risa cuando me enteré", se carcajeó.
Hacía unos cuantos días que estaba sumido en la "capiazón", debido a la demanda para optar por una de las 27 plazas que la escuela había sometido a concurso. Entre los 350 aspirantes, allí estaba Ermis, el soñador.
"Aquí hay demanda académica", cuenta, al tiempo que enumera los requisitos que tuvo que sortear: lograr una solicitud para hacer el examen; y luego, el desafío de una prueba que requiere los conocimientos de un bachiller humanista.
En primer lugar, la Escuela mide las capacidades y potencialidades tanto expresivas como corporales. Luego, la ortopedia, la fonética (la voz cantada y la voz actuada). ¿Alguna trampa? Ni creas, compañero, no lo voy a decir...
Eso sí, asegura que le sirvió de mucho la confianza que tiene en él mismo y el inconsciente colectivo de su generación, joven y empírica.
Ermis confía mucho en él mismo y también en los teatristas de su generación y en los de futuras generaciones. "No muy lejos de El Salvador hay lugares donde hay oportunidades", aconseja.
Sólo tiene la nostalgia por las presentaciones de "El arbolito mágico", montada con René Lovo, y se come las uñas de curiosidad por saber quién está haciendo de ciego -el compañero de la tullida- de Tiempos Nuevos Teatro (TNT), en Chalatenango.

Perdidos y encontrados
Vamos y venimos por esas calles y avenidas del "de-efe", y correteamos muy a la salvadoreña, esquivando taxis-escarabajos por los siete carriles. Porque sí es posible hacerlo. Sudando y con lluvia enredada en los cabellos, buscamos una banca frente a la Catedral. Primero se resiste a las fotos… después agarra confianza. Que se vea el campanario, que es lo que más le gusta.
De noche, los Enanos del Tapanco, los tacos que no pueden faltar y la espectacular maratón detrás del último metro. ¿Es que nadie vuelve a ver hacia atrás?

Al día siguiente, ocurrió el espejismo en el atrio del Palacio de Bellas Artes. Luego nos horrorizamos juntos con las aberrantes formas de tortura inventadas al miserable servicio de la Iglesia Católica. 


"Uy, esto me recuerda a Luz Negra", recuerda Goter, digo Ermis, al contemplar la guillotina y su verdugo, en el patio central del Palacio de Minería, donde fue instalada la escalofriante exposición.
Ya nos queda el tiempo justo para almorzar. Ninguno de los dos maneja el arte de la tortilla y el mole verde como mi amigo Carlos, el corso. Le entramos, pero con cautela.
Ermis agarra su mochila y se despide. Es hora de semaforear. Sí, le encanta, aunque no tanto, desde que tiene que hacerlo todos los días. Espera dejarlo, o alternarlo, en la medida que la escuela le permita meterse al mundo del teatro y mantenerse de él. No se queja y, al contrario, dice que le ha ido muy bien.
Pero le gustaría estar en una batucada. Porque hay que moverse, viajar, aventurarse... hacer algo para no aburrirse, ¿verdad?

Tiene cara de payaso

El director de teatro Fernando Umaña le tiene mucha estima a Ermis. No es para menos, ya que estuvieron juntos en esos preciados años a mediados de la década pasada, cuando trabajaron en el montaje de "Luz Negra", del dramaturgo salvadoreño ya fallecido Álvaro Menen Desleal.
"Lo que me impresionó de él fue su cara. Tiene cara de payaso, por naturaleza. Es larga, tiene los labios gruesos, sus rasgos son muy expresivos", describe Fernando, como si lo tuviera enfrente.
Recuerda que en ese entonces Ermis no tenía mayor formación actoral, aunque sí una "mezcolanza" de experiencias, como la tienen -a su juicio- la mayoría de actores en este país. "La obra (Luz Negra) no es un texto fácil, mucho menos la puesta en escena que hice, porque complicó a los actores", apunta.
En el caso de Ermis, el director lo resume así: para lo difícil del personaje (Goter) lo resolvió con bastante dignidad.
Una de las temporadas más recientes de Luz Negra fue durante el VII Festival Centroamericano de Teatro.

Desnudos interiores
Fernando considera que Ermis, aun en el exilio, es uno de los valores más importantes del teatro joven salvadoreño. Admira la capacidad que tiene de entretener con cualquier juego, palabras, objetos o contando historias. Quiso destacar una de sus virtudes, pero citó tres: constancia, necedad y perseverancia. Todos ingredientes fundamentales del histrión que todo actor debe llevar dentro. "Aunque le cuesta, trabaja mucho", resumió.
Sólo le encuentra un problema: para sobrevivir ha hecho muchos oficios… y esa experiencia le impide desnudarse interiormente.
Ermis "debe aprender a provocar emociones más sentidas (…) Debe encontrar un puente entre la vivencia personal y la creación del personaje". La vida interior es lo que sostiene a un actor en escena, lo demás es circo, sentencia.

Los del paraíso perdido
Fernando hace una pausa y toma el último sorbo de café, viendo por la ventana de La Ventana… hacia la calle.
Felicita a Ermis por haberse ido a probar suerte, en la vida y el estudio, en México. "Me parece bien que se haya ido. Tenía razón, ya había hecho casi todos los talleres… en su caso no le queda de otra", reflexiona.
El maestro ubica al semaforista del Distrito Federal en la generación de teatristas a la que él llama "del paraíso perdido": Enrique Valencia, Víctor Candray, Dinora Alfaro, César Pineda, Jennifer Valiente, Omar Renderos y los alumnos de la escuela del Centro Nacional de Artes (CENAR). Ellos y ellas, a quienes les han contado que hubo una vez un paraíso donde se hizo buen teatro. Ellos y ellas, quienes están a punto de verse la cara. Ellos y ellas, quienes sólo la práctica puede llevarles a ser actores, ya que no tienen otra alternativa, reflexiona Umaña.

(*) Artículo publicado originalmente en www.elfaro.net. Disponible en la versión de archivo en: https://web.archive.org/web/20031009022018/http://www.elfaro.net/secciones/el_agora/20031006/elagora1_20031006.asp




Friday, January 12, 2018

Salvadoreño víctima de ataque de odio gana juicio en EE.UU.

Un hombre estadounidense se declaró culpable y fue sentenciado a cinco años de cárcel por haber efectuado un ataque basado en prejuicios contra un salvadoreño de 67 años en Eagle County, Colorado. La presencia de la víctima ante el juez fue clave para ganar el caso, el cual acaparó bastante atención mediática por la tensa coyuntura política propiciada por mensajes racistas y antiinmigrantes.

Carmen Molina Tamacas



Santos Villacorta nunca se imaginó que más de 20 años después de haber salido de El Salvador huyendo de la guerra, sería víctima de un crimen de odio. Su valentía para comparecer ante un juez y contar los pormenores la paliza que recibió de un estadounidense fue la clave para ganar el juicio y propiciar una dura sentencia para su agresor.

El compatriota tiene 67 años. Salió de su natal cantón Pajigua, en Guatajiagua, Morazán en 1991, cuando los vientos de paz todavía no soplaban en El Salvador. Se asentó en California, donde trabajó en varias fábricas y, desde hace casi 12 años, en El Jebel, unos 45 kilómetros al noroeste de Aspen, en Colorado. Allí es el encargado de mantener impecable el área del gimnasio en uno de los varios hoteles de esa zona montañosa apetecida por los esquiadores.

Su vida transcurrió con la normalidad de estar adaptado al frío casi permanente, afanado por garantizar su subsistencia, hasta el 10 de noviembre del año pasado. Él salió del trabajo, pasó por una tienda para comprar jugos, tortillas y otros víveres y, además, compró unos billetes de lotería.

Entró a su carro, dejó una puerta abierta ya que el estacionamiento de al lado estaba vacío y dejó una pierna afuera. Entretenido raspando los boletos, no escuchó los gritos de un hombre blanco y corpulento que insultaba a los inmigrantes latinos. “México!” gritaba. Villacorta no puso atención, diría más tarde ante un juez: “Yo soy de El Salvador”.

Lo que sucedió a las 9:30 de la noche de ese martes está grabado a martillazos en su cuerpo. El agresor, Jerry Cunico, lo agarró del cuello y le propinó una serie de puñetazos en la cara. Villacorta sucumbió rápido ante la rapidez y fuerza del ataque, aunque logró lanzar algunas patadas para defenderse no fue suficiente; tres jóvenes que estaban en el estacionamiento detuvieron la agresión y pidieron ayuda a los administradores de la tienda.

Una enfermera de Florida llamó a la policía y tras verificar los signos vitales del compatriota le urgió buscar atención médica de inmediato. Villacorta estaba desorientado por la golpiza. Fue llevado al hospital donde le realizaron una resonancia magnética y los médicos le informaron que tenía un hueso hundido y la mandíbula rota.  

Cunico fue arrestado y fichado en la oficina del sheriff de Eagle County.

Crimen basado en el prejuicio

La abogada Lucy Laffoon, explicó a El Diario de Hoy que Villacorta llegó a su bufete  aproximadamente un mes del ataque, porque había escuchado que las víctimas de ataques violentos basado en los prejuicios -al igual que los crímenes de odio- pueden acceder a beneficios sociales, médicos y, lo más importante, migratorios (U-Visa).

La abogada asegura que su oficina ayuda a las personas con pocos recursos que necesitan representación legal. El 30 por ciento de los casos que atiende están relacionados con la U-Visa, la cual aplica también para víctimas de violencia doméstica y abusos laborales.

Laffoon trabajó muy de cerca con los fiscales del caso, dándole seguimiento a todos los pasos legales, recolectando los documentos y las pruebas necesarias. Villacorta llegó a Estados Unidos buscando asilo y tiene permiso para trabajar, pero aun así estaba intimidado por el proceso judicial, especialmente de rendir su testimonio.

La abogada y su equipo animaron a Villacorta a comparecer ante el juez de Eagle County District, Russell Granger; su presencia fue determinante en la audiencia final contra Cunico, la cual culminó con una sentencia de cinco años de cárcel que deberá purgar en una cárcel estatal.

“No iba a ser lo mismo si el juez veía su nombre en papeles; pudo ver a este hombre mayor, todavía sufriendo por las heridas en comparación con el atacante, un hombre joven y corpulento”, destacó.

Don Santos, por vía telefónica, afirmó que él quería “conocer más al hombre que lo había golpeado, para tener más cuidado”.

“Quizás si yo fuera un juez de una ciudad grande, donde se ven muchos casos de delitos violentos estaría acostumbrado. Este es Eagle County, y no estoy habituado. Yo no veo muchas ofensas como esta, y no está bien hacerlo en Eagle County”, dijo el juez Granger según publicó el periódico The Aspen Times.

Cunico, de 47 años, se declaró culpable en noviembre de los cargos de asalto en segundo grado y crimen motivado por prejuicios, ambos delitos graves. Al carecer de antecedentes penales, su abogado Terry O’Connor solicitó que su cliente tuviera libertad condicional, ya que tenía un trabajo y un hogar. Sostuvo que el ataque fue producto de la ingesta de alcohol.

“El señor Cunico quiere demostrar que esa no es su verdadera personalidad”, indicó el abogado de acuerdo con la crónica escrita por el periodista Scott Condon.

Aunque el departamento de libertad asistida del 5to. Distrito Judicial recomendó dos años de internamiento en un centro de detención correccional y la fiscalía buscaba seis años en ese mismo centro -que tiene mucha flexibilidad a favor de los reclusos- el juez se mostró en desacuerdo e impuso la sentencia de cinco años en una prisión estatal.

Al preguntarle qué piensa sobre la sentencia impuesta a su atacante, Santos Villacorta responde “el fiscal no estaba complacido porque quería más”. Al insistir sobre su opinión, dijo: “Está bueno para que no ataque a otra persona”.

Justicia, no política

En sus alegatos finales, la abogada Laffoon dijo que en el actual clima político que se vive en Estados Unidos, este tipo de crímenes no deben ser tolerados. Ella se refirió a la campaña antiinmigrante y racista que realizan en todo el país políticos conservadores.

Pero el juez hizo hincapié en que él no estaba haciendo una declaración política con su condena. "Esto no tiene nada que ver con la política, absolutamente nada", dijo. Y agregó: "Esto tiene mucho que ver con la justicia. Como yo lo veo este caso es que tengo un ser humano que ha hecho daño a otro ser humano de una manera muy violenta, de manera viciosa. Y eso es".

El funcionario fijó la sentencia de cinco años de cárcel por asalto en segundo grado, el más grave de los dos cargos, y dos años de cárcel por el crimen motivado por los prejuicios, los cuales deberán ser servidos de forma concurrente; además tres años de probatoria al salir de la cárcel y debe pagar a la víctima un total de $3,494 en restitución, cantidad que podría incrementarse debido a futuros tratamientos médicos y costos procesales.

Los gastos médicos han corrido por cuenta de la Corte, que apoya a las víctimas de crímenes de odio con un fondo económico especial.

El caso cobró tal trascendencia que fue llevado a la portada del The Aspen Times.

Lauren Glendenning, editora del periódico, explicó la razón por la cual decidieron publicar esta historia como la principal al día siguiente de la audiencia de sentencia. “Este crimen es extremadamente raro y violento en nuestro valle, y el hecho de que fue motivado racialmente hizo todo más perturbador”, dijo. Y añadió: “Nosotros vivimos en un lugar pacífico y de aceptación”.

En una reflexión final, la abogada Laffoon dijo que en estos días, cuando aparecen reportes de ataques contra personas por su origen étnico, origen o religión, tenemos que entender que todos somos humanos. “Cada persona tiene una historia, no tenemos que perseguirlos sino ayudarnos mutuamente. Las cosas pueden cambiar si trabajamos juntos”, puntualizó.

(Artículo originalmente publicado en El Diario de Hoy el 22 de enero de 2016)



Saturday, October 21, 2017

Panchimalco en poder de los piratas

Imagen
En la foto, Carlos el pirata (Anthony Dexter) y Juanita (Marta Roth).


ESCRIBE: Carmen Tamacas 
FOTOS: Archivo de José Salazar Ruiz 

Hace 46 años, la villa de Panchimalco, un símbolo de nuestras raíces mestizas, fue el escenario donde se filmó "El pirata negro". La película fue uno de los primeros esfuerzos cinematográficos en El Salvador. 

Tumbado bajo el sol, con el rostro oculto por el sombrero, un indígena descansaba tranquilo a la orilla del mar. El hombre, vestido con ropa de manta, fue sorprendido por un grupo de asesinos y trató de escapar, pero recibió una cuchillada de muerte.

Los criminales avisaron a sus secuaces que el camino estaba despejado y se dirigieron hacia un acantilado. Desde ahí, Carlos, el capitán de los piratas, trató de ubicar el lugar donde había escondido, años atrás, un cofre con joyas. El tesoro serviría para reponer la embarcación que naufragó en alta mar.

En la cima, el apuesto corsario vestido de negro, descubrió que sobre el escondite se levantaba una iglesia y, en los alrededores, una aldea indígena.
 

Entre la bruma del celuloide maltratado por el tiempo surge la fachada de un templo colonial. No se trata de un escenario de utilería. No. Es la iglesia de Panchimalco con la imponente Puerta del Diablo en uno de sus costados. 

¿Un botín escondido bajo el templo? ¿Piratas merodeando en Los Planes de Renderos? Pues sí. Hace 46 años, la villa de Panchimalco fue convertida en el escenario principal de una historia sobre corsarios que invadían las costas centroamericanas. 

Basándose en la historia orginal “El torbellino”, de Johnston McCulley, cineastas mexicanos y estadounidenses se tomaron las principales calles de Panchimalco para rodar lo que muchos consideran el primer intento por desarrollar la industria del cine en El Salvador: “El pirata negro”. 

Entre mayo y julio de 1954, varios salvadoreños interesados en convertir a nuestro país en materia prima del Séptimo Arte aportaron dinero y recursos para que se realizara la filmación. 


Imagen 
El elenco de los piratas que invaden Panchimalco.

El visionario 

En ese entonces existía la “Casa Suvillaga” donde se distribuían películas mexicanas y estadounidenses producidas por la “20th Fox”, “Columbia Pictures” y “Pelimex” (Películas mexicanas), entre otras. 

Uno de los propietarios de la distribuidora, Julio Suvillaga (ya fallecido) se interesó en la producción de una película, cuyos costos estaba dispuesto a asumir. 

En esa época estaban de moda las aventuras “mosqueteriles”, históricas y de piratas. Así se comenzó con la pre-producción, que duraría un año aproximadamente, de una película a colores y en tierras salvadoreñas. 

Por medio de “Pelimex”, Suvillaga contactó a un equipo de cineastas, actores y actrices norteamericanos. El director estadounidense Allan Miner vino a El Salvador a buscar locaciones, es decir, escenarios para desarrollar una filmación. 

Así, descubrió que la villa de Panchimalco, 19 kilómetros al sur de San Salvador, era el escenario ideal para una historia de piratas. 

Dexter y Roth 

En busca del tesoro, Carlos el pirata llegó a la taberna de la aldea. Allí se emborrachó y peleó con Manuel, pretendiente de la dueña del negocio de mala muerte, la hermosa Juanita.

Ella, desconociendo las verdaderas intenciones del forastero, le facilitó información sobre la seguridad de la aldea. Al darse cuenta de su error, Juanita decició entregar su vida. Gracias a ellos, los piratas fueron exterminados.
 

La compañía “Pelimex” facilitó el contacto con varios actores y una actriz relativamente populares, aunque no luminaban entre las luminarias de Hollywood ni en el Cine de Oro mexicano. Para el papel de Carlos el pirata fue seleccionado el actor estadounidense Anthony Dexter. Él saltó a la fama luego de protagonizar el filme sobre la vida de Rodolfo Valentino, el divo de los años 20. 

Juanita fue interpretada por la norteamericana Marta Roth (mitad mexicana y estadounidense) que figuró al lado de Sara García y Fernando Soler en “Una familia de tantos”. Entre los piratas figura un rostro conocido: Víctor Manuel Mendoza, que compartió créditos con Pedro Infante en “Los tres García”. 

En el elenco también figuró Ion Chaney, otrora estrella del cine mudo y de terror. Protagonizó una de las primeras adaptaciones a la pantalla grande de “El jorobado de Notre Dame”. 

Imagen 
Marta Roth y Víctor Manuel Mendoza (abrazados al centro) figuraron en películas mexicanas al lado de estrellas como Sara García y Pedro Infante, respectivamente.

Las estrellas 

Críticos y cineastas salvadoreños coincidieron al señalar que si bien “El pirata negro” posee un valor importante en la historia del cine salvadoreño, también tiene muchas deficiencias. La consideran de muy mala calidad, tanto aspectos técnicos como ambientación, iluminación y actuación. 

Pero si algún miembro del elenco hubiera merecido ser candidato a un premio, seguramente lo hubieran ganado los hombres, las mujeres y los niños de Panchimalco. 

¿Por qué? Entre ellos hubo varios muertos y heridos. Sólo ante las cámaras por supuesto. Ellos ayudaron a buscar el tesoro y sacaron de la aldea a los piratas, tirando piedras y palos. También se reconoce la actuación de varios elementos de la Guardia Nacional que sirvieron como “extras” a caballo. 

El crítico de cine Héctor Sermeño dice que “los panchos” obtuvieron ropas nuevas y las “panchas” nuevos tapados de colores para la cabeza durante la filmación. 

También debutó como actor un reconocido luchador salvadoreño, conocido como “El chato Monterrosa”, según consta en una fotografía propiedad del cineasta José Salazar Ruiz. 

La novedad 

Si bien la filmación de una película en suelo cuscatleco no ocurre todos los días, poca información sobre “El pirata negro” fue guardada para la posteridad. Los datos que aún se conservan existen en la memoria de algunos pocos que trabajaron en el rodaje. 

Tal es el caso de Salazar Ruiz. Él se encargó de la segunda cámara, bajo la dirección de Gil Warrenton, Bill Margulies y Carl Sorensen. También se encargó un poco de las relaciones públicas. “Recién había adquirido un carro del año (1954) y me ofrecí para andarlos llevando (al equipo técnico y de actores)”, recuerda. 

Ese “andarlos llevando” ocurrió entre Los Planes de Renderos y los hoteles en donde se hospedaron: El Nuevo Mundo y Astorias, que estuvieron ubicados en el centro de San Salvador. 

De la memoria de Salazar se han borrado muchos de los pasajes de la filmación de “El pirata negro”. Recuerda, no obstante, la gentileza que tuvieron los actores de posar para las fotografías con los grupos de escolares que llegaron a observar la filmación. 

Imagen
La casa del párroco y la plaza frente a la iglesia de Panchimalco fueron acondicionadas para realizar la filmación de "El pirata negro".

Para la historia 

Hacia 1930, en El Salvador se habían filmado unas 750 películas, tomando en cuenta documentales —cortos y largos— y algunas películas mudas, explica Héctor Sermeño, crítico de cine salvadoreño que se formó en México y hoy es asesor de cultura en la Universidad de El Salvador (UES). 

“El pirata negro” marca un punto importante en la historia. Si bien no fue un éxito taquillero internacional (se dice que hasta fue censurada en Europa por orden de un cónsul salvadoreño) ni una producción memorable, tiene el valor de ser la primera producción que intentó lanzar a El Salvador al estrellato cinematográfico en esa época. 

“Debió haber necesitado medio millón de colones para dar más y mejor calidad; (sin embargo) es entretenida y forma parte del patrimonio nacional”, apunta Sermeño. 

Eudardo Suvillaga, gerente de Recursos Audiovisuales de Canal 10, destaca el papel de las dos administraciones presidenciales de la época (Cnel. Oscar Osorio y José María Lemus), que dieron un espaldarazo importante al arte y la cultura. El cine no fue la excepción. 

Con la llegada de Lemus al poder se empujó la producción de dos filmes más: “Sólo de noche vienes” y “Cinco vidas y un destino”. 

Poco más de diez años antes, el gobierno del entonces presidente Maximiliano Hernández Martínez financió realizaciones que ahora poseen un gran valor histórico, como el documental de los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe (1935), de Alfredo Massi. 

Historiadores apuntan que en los años 50, El Salvador vivió una época de bonanza sin parangón: la producción cafetalera estaba en su mejor momento y fue entonces cuando El Salvador dio el salto a la modernidad. 

“Se demostró que sí se podía hacer cine”, expresó Suvillaga. 

Casi cinco décadas después, una copia en formato VHS es quizás la prueba más certera de una ilusión: hacer de la campiña salvadoreña un destino atractivo para las cámaras de cine... y del mundo. 

Imagen

El equipo de producción posa con la iglesia de Panchimalco a sus espaldas.

Los cabos sueltos 

Muy pocos documentos, por no decir ninguno, ofrecen información acerca de la filmación de “El pirata negro”. He aquí algunos de los cabos sueltos. 

¿Cuánto costó? 

Eduardo Suvillaga, gerente de Recursos Audiovisuales del Canal 10, estima que el rodaje de la película costó aproximadamente un millón de colones. El capital fue aportado por El Salvador, México y Estados Unidos. 

En su investigación sobre cine salvadoreño, Héctor Sermeño —asesor de cultura en la UES— encontró que “El pirata negro” costó 200 mil colones de la época, es decir, unos tres millones de colones de la actualidad. El dinero, al parecer, lo aportó el gobierno salvadoreño y empresarios locales. 

¿Dónde la vieron? 

Suvillaga afirma que “El pirata negro” fue distribuida sólo en Centroamérica. Por el contrario, Sermeño apunta que fue comercializada mundialmente. El cineasta salvadoreño José Salazar Ruiz recuerda que un cónsul salvadoreño en Europa ordenó censurar el filme por considerarlo de muy baja calidad. Se supone que fue proyectada en los cines salvadoreños el mismo año del rodaje. 

¿De quién era la casa? 

En Panchimalco no había un lugar que representara la residencia del gobernador. Por eso, las cámaras se trasladaron a una lujosa residencia de San Salvador, la misma que ahora alberga al Patronato Pro Patrimonio Cultural (una cuadra al sur de la Plaza Las Américas). 

Sermeño dijo que se trataba de la residencia de la familia Meardi. Suvillaga explicó que no, que era de la familia Pinto. Hace un par de décadas, la casa de tipo “neocolonial” albergó a un prostíbulo (se llamó “The fourthy five”). Fuentes del Patronato dijeron que en los 50, la casa era de la familia Pinto, que tiempo después pasó a manos de los Meardi y luego al Patronato. No mencionaron nada del prostíbulo. 

¿Blanco y negro o color? 

Varias fuentes e incluso el archivo del Museo de la Palabra y la Imagen dijeron que la película fue filmada en formato 35mm y color ANSCO. Las pocas copias accesibles ahora están en VHS y en blanco y negro. Se supone que un defecto causó la pérdida de color. 

Imagen


CURIOSIDADES PIRATESCAS 

Los postes del telégrafo. La película es bastante monótona, ya que la filmación se realizó en interiores, en la plaza frente a la iglesia y en campo abierto. ¿Sabe por qué? Porque hubiera sido muy costoso mover los postes del tendido del telégrafo. Sólo movieron los necesarios para poder rodar frente a la plaza. 

¡El bus! Si bien hubo varias reediciones posteriores (donde fueron corregidos varios errores de filmación) cuando un campesino se desplaza sobre una carreta tirada por una yunta de bueyes, ¡un bus de madera de la ruta 12 (que subía hasta Los Planes de Renderos) aparece al fondo de la escena! 

La hora, por favor. Hubo una escena, cuando los piratas se enfrentan con los indígenas, donde un pirata hace gala de sus habilidades como espadachín... con un reloj en la muñeca. 

El avión jefe... La estela de un avión que surcaba el cielo salvadoreño aparece casi imperceptible en el momento en que Carlos el pirata intenta localizar el tesoro escondido desde la cima de La Puerta del Diablo. 

¿Olas en Apulo? Unos dicen que fue Apulo, otros Corinto. No existe el dato que corrobore el lugar exacto donde se filmó el desembarque y la muerte de los piratas, pero de mar, nuestro lago tenía muy poco. 

(.) Artículo originalmente publicado en La Prensa Gráfica de El Salvador.