Saturday, October 21, 2017

Panchimalco en poder de los piratas

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En la foto, Carlos el pirata (Anthony Dexter) y Juanita (Marta Roth).


ESCRIBE: Carmen Tamacas 
FOTOS: Archivo de José Salazar Ruiz 

Hace 46 años, la villa de Panchimalco, un símbolo de nuestras raíces mestizas, fue el escenario donde se filmó "El pirata negro". La película fue uno de los primeros esfuerzos cinematográficos en El Salvador. 

Tumbado bajo el sol, con el rostro oculto por el sombrero, un indígena descansaba tranquilo a la orilla del mar. El hombre, vestido con ropa de manta, fue sorprendido por un grupo de asesinos y trató de escapar, pero recibió una cuchillada de muerte.

Los criminales avisaron a sus secuaces que el camino estaba despejado y se dirigieron hacia un acantilado. Desde ahí, Carlos, el capitán de los piratas, trató de ubicar el lugar donde había escondido, años atrás, un cofre con joyas. El tesoro serviría para reponer la embarcación que naufragó en alta mar.

En la cima, el apuesto corsario vestido de negro, descubrió que sobre el escondite se levantaba una iglesia y, en los alrededores, una aldea indígena.
 

Entre la bruma del celuloide maltratado por el tiempo surge la fachada de un templo colonial. No se trata de un escenario de utilería. No. Es la iglesia de Panchimalco con la imponente Puerta del Diablo en uno de sus costados. 

¿Un botín escondido bajo el templo? ¿Piratas merodeando en Los Planes de Renderos? Pues sí. Hace 46 años, la villa de Panchimalco fue convertida en el escenario principal de una historia sobre corsarios que invadían las costas centroamericanas. 

Basándose en la historia orginal “El torbellino”, de Johnston McCulley, cineastas mexicanos y estadounidenses se tomaron las principales calles de Panchimalco para rodar lo que muchos consideran el primer intento por desarrollar la industria del cine en El Salvador: “El pirata negro”. 

Entre mayo y julio de 1954, varios salvadoreños interesados en convertir a nuestro país en materia prima del Séptimo Arte aportaron dinero y recursos para que se realizara la filmación. 


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El elenco de los piratas que invaden Panchimalco.

El visionario 

En ese entonces existía la “Casa Suvillaga” donde se distribuían películas mexicanas y estadounidenses producidas por la “20th Fox”, “Columbia Pictures” y “Pelimex” (Películas mexicanas), entre otras. 

Uno de los propietarios de la distribuidora, Julio Suvillaga (ya fallecido) se interesó en la producción de una película, cuyos costos estaba dispuesto a asumir. 

En esa época estaban de moda las aventuras “mosqueteriles”, históricas y de piratas. Así se comenzó con la pre-producción, que duraría un año aproximadamente, de una película a colores y en tierras salvadoreñas. 

Por medio de “Pelimex”, Suvillaga contactó a un equipo de cineastas, actores y actrices norteamericanos. El director estadounidense Allan Miner vino a El Salvador a buscar locaciones, es decir, escenarios para desarrollar una filmación. 

Así, descubrió que la villa de Panchimalco, 19 kilómetros al sur de San Salvador, era el escenario ideal para una historia de piratas. 

Dexter y Roth 

En busca del tesoro, Carlos el pirata llegó a la taberna de la aldea. Allí se emborrachó y peleó con Manuel, pretendiente de la dueña del negocio de mala muerte, la hermosa Juanita.

Ella, desconociendo las verdaderas intenciones del forastero, le facilitó información sobre la seguridad de la aldea. Al darse cuenta de su error, Juanita decició entregar su vida. Gracias a ellos, los piratas fueron exterminados.
 

La compañía “Pelimex” facilitó el contacto con varios actores y una actriz relativamente populares, aunque no luminaban entre las luminarias de Hollywood ni en el Cine de Oro mexicano. Para el papel de Carlos el pirata fue seleccionado el actor estadounidense Anthony Dexter. Él saltó a la fama luego de protagonizar el filme sobre la vida de Rodolfo Valentino, el divo de los años 20. 

Juanita fue interpretada por la norteamericana Marta Roth (mitad mexicana y estadounidense) que figuró al lado de Sara García y Fernando Soler en “Una familia de tantos”. Entre los piratas figura un rostro conocido: Víctor Manuel Mendoza, que compartió créditos con Pedro Infante en “Los tres García”. 

En el elenco también figuró Ion Chaney, otrora estrella del cine mudo y de terror. Protagonizó una de las primeras adaptaciones a la pantalla grande de “El jorobado de Notre Dame”. 

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Marta Roth y Víctor Manuel Mendoza (abrazados al centro) figuraron en películas mexicanas al lado de estrellas como Sara García y Pedro Infante, respectivamente.

Las estrellas 

Críticos y cineastas salvadoreños coincidieron al señalar que si bien “El pirata negro” posee un valor importante en la historia del cine salvadoreño, también tiene muchas deficiencias. La consideran de muy mala calidad, tanto aspectos técnicos como ambientación, iluminación y actuación. 

Pero si algún miembro del elenco hubiera merecido ser candidato a un premio, seguramente lo hubieran ganado los hombres, las mujeres y los niños de Panchimalco. 

¿Por qué? Entre ellos hubo varios muertos y heridos. Sólo ante las cámaras por supuesto. Ellos ayudaron a buscar el tesoro y sacaron de la aldea a los piratas, tirando piedras y palos. También se reconoce la actuación de varios elementos de la Guardia Nacional que sirvieron como “extras” a caballo. 

El crítico de cine Héctor Sermeño dice que “los panchos” obtuvieron ropas nuevas y las “panchas” nuevos tapados de colores para la cabeza durante la filmación. 

También debutó como actor un reconocido luchador salvadoreño, conocido como “El chato Monterrosa”, según consta en una fotografía propiedad del cineasta José Salazar Ruiz. 

La novedad 

Si bien la filmación de una película en suelo cuscatleco no ocurre todos los días, poca información sobre “El pirata negro” fue guardada para la posteridad. Los datos que aún se conservan existen en la memoria de algunos pocos que trabajaron en el rodaje. 

Tal es el caso de Salazar Ruiz. Él se encargó de la segunda cámara, bajo la dirección de Gil Warrenton, Bill Margulies y Carl Sorensen. También se encargó un poco de las relaciones públicas. “Recién había adquirido un carro del año (1954) y me ofrecí para andarlos llevando (al equipo técnico y de actores)”, recuerda. 

Ese “andarlos llevando” ocurrió entre Los Planes de Renderos y los hoteles en donde se hospedaron: El Nuevo Mundo y Astorias, que estuvieron ubicados en el centro de San Salvador. 

De la memoria de Salazar se han borrado muchos de los pasajes de la filmación de “El pirata negro”. Recuerda, no obstante, la gentileza que tuvieron los actores de posar para las fotografías con los grupos de escolares que llegaron a observar la filmación. 

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La casa del párroco y la plaza frente a la iglesia de Panchimalco fueron acondicionadas para realizar la filmación de "El pirata negro".

Para la historia 

Hacia 1930, en El Salvador se habían filmado unas 750 películas, tomando en cuenta documentales —cortos y largos— y algunas películas mudas, explica Héctor Sermeño, crítico de cine salvadoreño que se formó en México y hoy es asesor de cultura en la Universidad de El Salvador (UES). 

“El pirata negro” marca un punto importante en la historia. Si bien no fue un éxito taquillero internacional (se dice que hasta fue censurada en Europa por orden de un cónsul salvadoreño) ni una producción memorable, tiene el valor de ser la primera producción que intentó lanzar a El Salvador al estrellato cinematográfico en esa época. 

“Debió haber necesitado medio millón de colones para dar más y mejor calidad; (sin embargo) es entretenida y forma parte del patrimonio nacional”, apunta Sermeño. 

Eudardo Suvillaga, gerente de Recursos Audiovisuales de Canal 10, destaca el papel de las dos administraciones presidenciales de la época (Cnel. Oscar Osorio y José María Lemus), que dieron un espaldarazo importante al arte y la cultura. El cine no fue la excepción. 

Con la llegada de Lemus al poder se empujó la producción de dos filmes más: “Sólo de noche vienes” y “Cinco vidas y un destino”. 

Poco más de diez años antes, el gobierno del entonces presidente Maximiliano Hernández Martínez financió realizaciones que ahora poseen un gran valor histórico, como el documental de los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe (1935), de Alfredo Massi. 

Historiadores apuntan que en los años 50, El Salvador vivió una época de bonanza sin parangón: la producción cafetalera estaba en su mejor momento y fue entonces cuando El Salvador dio el salto a la modernidad. 

“Se demostró que sí se podía hacer cine”, expresó Suvillaga. 

Casi cinco décadas después, una copia en formato VHS es quizás la prueba más certera de una ilusión: hacer de la campiña salvadoreña un destino atractivo para las cámaras de cine... y del mundo. 

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El equipo de producción posa con la iglesia de Panchimalco a sus espaldas.

Los cabos sueltos 

Muy pocos documentos, por no decir ninguno, ofrecen información acerca de la filmación de “El pirata negro”. He aquí algunos de los cabos sueltos. 

¿Cuánto costó? 

Eduardo Suvillaga, gerente de Recursos Audiovisuales del Canal 10, estima que el rodaje de la película costó aproximadamente un millón de colones. El capital fue aportado por El Salvador, México y Estados Unidos. 

En su investigación sobre cine salvadoreño, Héctor Sermeño —asesor de cultura en la UES— encontró que “El pirata negro” costó 200 mil colones de la época, es decir, unos tres millones de colones de la actualidad. El dinero, al parecer, lo aportó el gobierno salvadoreño y empresarios locales. 

¿Dónde la vieron? 

Suvillaga afirma que “El pirata negro” fue distribuida sólo en Centroamérica. Por el contrario, Sermeño apunta que fue comercializada mundialmente. El cineasta salvadoreño José Salazar Ruiz recuerda que un cónsul salvadoreño en Europa ordenó censurar el filme por considerarlo de muy baja calidad. Se supone que fue proyectada en los cines salvadoreños el mismo año del rodaje. 

¿De quién era la casa? 

En Panchimalco no había un lugar que representara la residencia del gobernador. Por eso, las cámaras se trasladaron a una lujosa residencia de San Salvador, la misma que ahora alberga al Patronato Pro Patrimonio Cultural (una cuadra al sur de la Plaza Las Américas). 

Sermeño dijo que se trataba de la residencia de la familia Meardi. Suvillaga explicó que no, que era de la familia Pinto. Hace un par de décadas, la casa de tipo “neocolonial” albergó a un prostíbulo (se llamó “The fourthy five”). Fuentes del Patronato dijeron que en los 50, la casa era de la familia Pinto, que tiempo después pasó a manos de los Meardi y luego al Patronato. No mencionaron nada del prostíbulo. 

¿Blanco y negro o color? 

Varias fuentes e incluso el archivo del Museo de la Palabra y la Imagen dijeron que la película fue filmada en formato 35mm y color ANSCO. Las pocas copias accesibles ahora están en VHS y en blanco y negro. Se supone que un defecto causó la pérdida de color. 

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CURIOSIDADES PIRATESCAS 

Los postes del telégrafo. La película es bastante monótona, ya que la filmación se realizó en interiores, en la plaza frente a la iglesia y en campo abierto. ¿Sabe por qué? Porque hubiera sido muy costoso mover los postes del tendido del telégrafo. Sólo movieron los necesarios para poder rodar frente a la plaza. 

¡El bus! Si bien hubo varias reediciones posteriores (donde fueron corregidos varios errores de filmación) cuando un campesino se desplaza sobre una carreta tirada por una yunta de bueyes, ¡un bus de madera de la ruta 12 (que subía hasta Los Planes de Renderos) aparece al fondo de la escena! 

La hora, por favor. Hubo una escena, cuando los piratas se enfrentan con los indígenas, donde un pirata hace gala de sus habilidades como espadachín... con un reloj en la muñeca. 

El avión jefe... La estela de un avión que surcaba el cielo salvadoreño aparece casi imperceptible en el momento en que Carlos el pirata intenta localizar el tesoro escondido desde la cima de La Puerta del Diablo. 

¿Olas en Apulo? Unos dicen que fue Apulo, otros Corinto. No existe el dato que corrobore el lugar exacto donde se filmó el desembarque y la muerte de los piratas, pero de mar, nuestro lago tenía muy poco. 

(.) Artículo originalmente publicado en La Prensa Gráfica de El Salvador.

Friday, July 7, 2017

Ciclista salvadoreño llega a la meta: Nueva York


Como lo había prometido, a él mismo y a sus decenas de seguidores virtuales, el salvadoreño Giovanni Landaverde llegó hoy poco despues de  las 4:00 de la tarde a Central Park, Nueva York, luego de atravesar Estados Unidos en bicicleta.


Carmen Molina Tamacas *

El sol inclemente del verano en apogeo no lo detuvo. Ni la lluvia, el cansancio o el poco presupuesto. Giovanni Landaverde, el “poecicletero” salvadoreño que ha cultivado decenas de seguidores en internet, llegó esta tarde a su meta: Nueva York.

Recorrió aproximadamente 5,000 kilómetros desde Los Ángeles, California. Quizás más, debido a que tuvo que buscar el paso permitido para ciclistas en su última parada técnica, es decir Nueva Jersey. Y aquí está, sorprendido por tener una cálida bienvenida de parte de una decena de salvadoreños que lo esperaron al pie del monumento al libertador Simón Bolívar, en Central Park.

“Que paso pues?”, dijo riendose tan pronto llego y estaciono a “la Gringa”, su bicicleta, al pie del monumento del libertador. Lo primero que hizo fue recitar a viva voz y para sorpresa de los transeuntes, el poema “Viaje a Itaca”.

“Todo fue bueno, hasta las malas experiencias, las tomo desde el lado divertido”, dijo, al conversar con los compatriotas.

También, como lo prometió desde hace meses, llegó portando el chaleco oficial de la Cruz Roja Mexicana, aunque eso no le pareció buena idea a más de alguno y causó polémica. Él hizo la promesa en honor de los socorristas que le ayudaron y protegieron en su camino hacia la frontera norte y con quienes unió esfuerzos para soportar las inundaciones de la tormenta tropical Mattew, en Veracruz. El chaleco se lo regalaron en Sinaloa.

Giovanni Landaverde comenzó su odisea el 28 de agosto del año pasado, cuando salió del corazón de San Salvador, frente a la Catedral Metropolitana, rumbo a México. Desde entonces ha ganado experiencias inolvidables y posee un álbum de fotos de envidia para cualquier aspirante a trotamundos.
Los últimos días antes de llegar a Nueva York los pasó en un restaurante salvadoreño en Orange. “Me han dado posada y me han tratado mejor que bien. La comida es buenísima y la compañía mejor. Hoy es la última noche de mi recorrido y lo celebraré con un par de pupusas de frijol con queso y una horchata y un café con un salpor de arroz”, publicó anoche (sábado) en su perfil de Facebook.

Sus propietarios se desplazaron hasta Central Park para darle la bienvenida.

Además, tarareó por un buen tiempo las notas de la cancióin “Three Little Birds”, de Bob Marley.
Un fenómeno en la red
Lo que comenzó como un blog, luego como un grupo privado en Facebook, ahora es una figura pública con gran éxito. Su historia ha sido retomada por medios hispanos de Estados Unidos y hasta ocupó la portada de Tiempo Latino, de Washington D.C.

Giovanni Landaverde cuenta con decenas de amigos y fans en esta popular red social y su canal de YouTube tiene más de 63,000 reproducciones. Especial atención ha merecido de salvadoreños que viven en Estados Unidos quienes le han ofrecido apoyo moral y económico, hasta ayuda para pernoctar y atención médica.

¿Y ahora?

Giovanni Landaverde escogió como destino Nueva York por dos razones: "(Allí) Tengo un tío al que quiero mucho y segundo porque quería cruzar todo Estados Unidos de costa a costa y me pareció significativo hacerlo desde Los Ángeles, la segunda ciudad, a Nueva York, la primera ciudad de este país. No es una gran razón pero es eso", respondió a mediados de julio.

La mayor ganancia, dice, es haber conocido a decenas de personas, haber tenido la disposición para recibir ayuda y solidaridad.

Tiene planes de tramitar la visa de  Canada. Si se la conceden, continuara siguiendo el llamado de su corazon.
















* Articulo publicado originalmente en El Diario de Hoy, 31 de Julio de 2011.

Friday, April 7, 2017

Charly, nunca te mueras


Carmen Molina Tamacas

El algoritmo pernicioso que le permite a Facebook conocer nuestros deseos, desde los más sublimes hasta los más oscuros y perversos –como dicen Les Luthiers- me advirtió hace un par de meses de algo que nunca hubiera podido imaginar: Charly García, en concierto, 25 de abril. Nueva York.

Siempre lo seguí. Desde que grababa sus canciones –a la cuenta de 3, 2, 1 en la radio Super Stéreo-, desde que no pude ir al único concierto cerca de El Salvador –Antigua Guatemala, abril de 2004- su secuencia de colapsos, excentricidades y su proceso de “rehab”. Me sorprendí al ver la transformación que ha dado mucho de qué hablar en los medios argentinos, primero, con novia jovencísima abrazada por la cintura y luego poniendo el broche de oro al cierre del festival por los Derechos Humanos en Buenos Aires, Argentina –diciembre de 2010. Su voz cortaba como tijera enmohecida el ambiente caldeado por decenas de miles.

Cuando había perdido la esperanza aparece ante mí el poster de 60x60 y su gira. A 45 minutos de mi casa y unos 55 dolaritos. Demasiado bueno para ser verdad.

Y llegó el día. Logística paterna solventada, punto de encuentro: Times Square. Ese lugar donde uno no puede cerrar la boca ni los ojos… en un pestañazo puede ser arrastrado por la policía montada, un newyorkino apurado o una horda de turistas que persigue al Gato con Botas para una foto. Allí, en la esquina de Broadway y la calle 44, a unos pasitos de la famosa Bola de Cristal que anuncia la llegada del año nuevo, nos atrapó el olor a empanaditas.

Nuchas, un quiosco de panadería artesanal de origen argentino, aprovechó la enorme cola formada ya pasadas las 7:00 de la noche, pero con los últimos rayos del sol primaveral para promover sus productos. “Nos vemos en el recital”, decía el camarero improvisado, repartiendo rellenitas de pollo y vegetales a los hambrientos.

El Best Buy Theatre es un pequeño laberinto subterráneo que desemboca en un moderno espacio para 2,100 personas. Una sección de butacas presidía una duela llena y un escenario con un piano de cola, un teclado y unos maniquíes ante un público “maduro”. Nada de chiquillos.

Banderas argentinas por aquí y por allá, gritos desaforados ante la presencia de algún famoso –en Nueva York pudiera ser cualquiera- y latas de cerveza acumulándose hasta las 8:30 de la noche, después que una muy breve prueba de sonido y luces dio paso a una secuencia de portadas, fotos, dibujos y sombras que no cualquier artista tiene: un medio siglo de Charly García.

Y comenzó potente, todavía a oscuras, con los acordes de “Fanky” (Cómo conseguir chicas, 1989) enloqueciendo a todos, que saltábamos tratando de mantener la cámara enfocada y no perder detalles del maestro, sentado en el piano de cola. “No voy a parar”, fue lo primero que dijo. Y después “¡Buenas noches New York!”.

Él mismo y su banda "La Prostitución" vistió sobretodos caquis y de la pantalla gigante se desprendió el clásico parche con su firma para portarlo en su brazo derecho.

El repertorio fue un menú demasiado suculento, demasiado clásico para no creérselo. Mr García, como le llama The New York Times. Charly el viejo, Charly el joven, Charly el loco, Charly el que regresó.

Y no cualquiera lo logra. Pero sobrevivió de las luchas contra él mismo y sus demonios –drogas, alcohol y quién sabe qué más- y volvió con la voz machacada –como le pasó a Sabina, como le pasaría a Cerati- con su espectro recargado. Quizás por eso de inmediato amarra con fuerza uno de los hilos que tiene atado a Luis Alberto Spinetta con este mundo. “Rezo por vos”.

Una pareja de bailarines deshizo sombras de colores al ritmo exquisito y tanguero de “No soy un extraño” (Clics modernos, 1983) y el público recargó energías para gritar y aplaudir con “Yendo de la cama al living” (1982) y “Cerca de la revolución” (Piano bar, 1984).

Solo YouTube es mi testigo en este momento de cómo fue Charly y sus conciertos antes de superar décadas de angustias y anfetaminas. No sé cómo fue… pero este Charly está rechonchón con lo que hace, se enoja si le ocurre algo al piano y llama a los técnicos para que lo reparen, se le bajan los bifocales de abuelo parrandero y sólo se los acomoda para seguir tocando, empuja a sus músicos para que no le teman al “monstruo”, y trastrabillea entre los cables y se golpea los muslos con el teclado pero mantiene el aplomo.

Después de un intermedio extraño –“dos minutos y medio”, bromeó- que mostró fragmentos de la cinta “Un perro Andaluz”, de Luis Buñuel, con algunos fragmentos de sus letras, llegó el tiempo para “Pasajera en trance” (Demasiado ego, 1999), “Los dinosaurios” (Clics modernos), “Influencia” –“esa canción la hice mía”, reafirmó- y “Demoliendo hoteles”, después de una despedida que nadie se creyó, en ruta a lo que nadie quería, un gran final.

“This is the first song that I wrote”, dijo, y quiso convencernos que ya era hora de ir a dormir: “Después de esto no hay más, no queremos más. Esto fue perfecto”.

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En una entrevista reciente en Mundo Casella, demasiado lúcido, mostrándose como una enciclopedia de la genial distorsión artística que le corre por las venas –“Yo estudiaba música clásica, no me gustaba mucho lo popular y cuando escuché Los Beatles me rompí la cabeza”, “Las cuartas y las quintas es una figura que yo uso mucho, en vez de acordes (como) Do Mi Sol le sacás la tercera y que da Do y Sol, entonces el acorde no es mayor ni menor, esa canción tenía eso, como ‘Love me Do’, “Y de Los Beatles me robé… la atmósfera”, “Yo creo que uno florece como artista en esa época (adolescencia) y después recuerda. Muchas canciones que fueron éxitos como ‘Seminare’ de Serú Girán, son pedazos de melodías que yo ya tenía hechas”, “Rasguña las piedras es el antecesor de ‘The Wall’ lo que quería decir era eso, el muro que te iba levantando la sociedad y vos mismo”, “Casi todas las bocinas están en Si bemol, que es la nota particularmente irritante”, “La Negra (Mercedes Sosa) era la gran intérprete mía. Hicimos un álbum con todas canciones mías, nos queríamos muchísimo”. Sobre esa primera canción que escribió, hace 40 años, Charly cuenta: “Nosotros (con Nito Mestre) no le teníamos fe a esa canción. La compuse en la terraza del hospital militar porque había fingido un soplo cardíaco… para fingir los síntomas mi mamá me traía anfetaminas. ¡Yo no sabía qué eran! Un día me tomé un par, qué se yo y me empieza ‘bum, bum’ el corazón y tuve que ir a la terraza a correr. Cuando volví, estaba en la cama, hice un pentagrama y ahí salió ‘Canción para mi muerte’. En el longplay ‘Vida’ de Sui Géneris hay muchas canciones que hablan de cosas que yo no conocía, que me pasaron después…”.

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Y sí, el cierre fue perfecto. Ojalá que nunca te encuentre en la mañana dentro de tu habitación y prepare la cama para dos.