Saturday, December 21, 2013

Desvaríos en torno a la doble nacionalidad de mis hijos



En El Salvador existe la tendencia que familias con bastantes recursos –o los suficientes deciden buscar otro país para que nazcan sus hijos, con el objetivo de que más adelante tengan “mejores” opciones para desarrollarse social y profesionalmente.

Uno de cada cuatro salvadoreños vive en Estados Unidos; y aunque la crisis económica ha puesto en dudas eso del “sueño americano” -para muchos sigue siendo mucho mejor que ese territorio estrecho, hermoso, violento y opresor que tenemos por patria.

Un pasaporte estadounidense es una llave para el mundo, aunque no es de “facto”. Hay madres mexicanas que arriesgan la vida para pasar “al otro lado”, casi en trabajo de parto, para que sus hijos nazcan allí y puedan tener beneficios médicos, sociales, académicos... aunque nada de ello es automático ni expedito: se tiene que llenar requisitos para poder calificar...

Los salvadoreños somos indeseados en cualquier parte: conseguir visa para México, Estados Unidos o Canadá es casi imposible para el común de los mortales. De España nos regresan allí mismo del aeropuerto si no mostramos el seguro de viaje que no-es-obligatorio-pero-sí que indique que no vamos a quedarnos ilegalmente. Exigimos trato humano y civilizado pero somos inhumanos e incivilizados con los extranjeros que hacen de nuestros 21,000 kilómetros cuadrados su nuevo hogar.

Por derecho, mis hijos tienen doble nacionalidad. Nuestra hija nació en El Salvador y si bien la ciudadanía estadounidense le viene directo, no es automática: se deben llenar requisitos y, si uno falta, pues no hay pasaporte. En el caso de nuestro hijo menor, la nacionalidad salvadoreña sólo depende de la inscripción ante el Consulado de la ciudad donde nació. Digamos que no hay que llenar requisitos sino hacer un trámite.

Los consulados salvadoreños en el exterior -como los consulados de todo el mundo-, tienen una fama que les antecede. A mí sencillamente me da miedo tener que depender de ellos para un trámite urgente o de vida o muerte. Había decidido no ir nunca -como si eso fuera una opción- pero mi pasaporte caducó.

Aproveché que fui a hacer una entrevista a la Misión Permanente de El Salvador ante la ONU -que comparte espacio físico con el Consulado- e hice cita para renovar el pasaporte. Pero además quería registrar a mi hijo como salvadoreño. Pero ¿para qué? me han preguntado varias personas. ¡Si con ser estadounidense basta y sobra!

Digamos que hay cosas inútiles para un salvadoreño que también tiene nacionalidad estadounidense: por ejemplo el pasaporte. Además, las leyes más recientes han “endurecido” los requisitos para sacarle pasaporte a un niño... todo porque antes esas mismas leyes permitieron abusos y violaciones a los derechos fundamentales, especialmente durante la guerra. A mí sólo me resulta “impráctico” por el tiempo que hay que invertir, el dinero, la movilización en tren, etc.

Entonces ese día iba dispuesta a todo: hacer una entrevista sobre una exposición de arte salvadoreño en la Misión; renovar mi pasaporte ($60), actualizar mi Documento Único de Identidad (DUI, $35) para poder votar en las elecciones presidenciales y legislativas de 2014 y efectuar el registro de nacimiento de mi hijo newyorkino.

Los registros de salvadoreños en el exterior son gratuitos si se realizan antes de los seis meses después del nacimiento; de lo contrario la multa es de $5 y si uno quiere una copia de la certificación cobran otros $10.

Lo pude todo, menos el DUI -porque no me alcanzó el dinero- y el registro del niño, ya que no entendí que necesitaba la partida de nacimiento de mi esposo, además de su pasaporte. Y bueno... ya para qué.

Nunca antes le había dado tanta vuelta en mi cabeza al asunto de la doble nacionalidad, de si realmente es importante. Entonces recordé todos los problemas que han tenido mis tías y parientes que salieron del país siendo jóvenes, y nunca se ocuparon de hacer los registros pertinentes a su cambio de estado familiar -matrimonio, divorcio, viudez- y se toparon con grandes problemas a la hora de tener que resolver asuntos de herencias y beneficios.

Carlitos podría ser presidente de Estados Unidos, pero no podría comprarse un rancho en la playa en El Salvador. Y eso no se vale. Si más adelante él quiere involucrarse cultural, social, económica o políticamente con el país de sus padres -o no- será su decisión. Creo que mi obligación es otorgarle el derecho para hacerlo.

En países como este, donde hacer trámites por internet es lo normal si se paga un poquito más pero se evita pérdida de tiempo y bilis, se permite ordenar una partida de nacimiento de otro estado y llega sin dramas por correo postal.

Así que volví al Consulado dos semanas después, en jornada extraordinaria de sábado: hice las fotos de la exposición de arte que había sido inaugurada un día antes y tramité mi DUI -es la primera vez que los salvadoreños podremos votar desde el exterior. Me cercioré de tener todos los documentos e hice el registro del niño... como no necesito su partida de nacimiento, por ahora, dejaré que el trámite siga su curso normal de un mes; cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores notifique a la Alcaldía de San Salvador que ya está listo, le pediré a mi madre que vaya y la pida.

Habiendo terminado mis vueltas, contenta y casi de salida, encontré una familia de inmigrantes salvadoreños que tramitaba el pasaporte a sus dos niñas mayores. Se trataba de niñas que fueron traídas de forma ilegal, en una época anterior a las historias de horror y pesadillas que muchos vivieron para “pasar”. El hermanito menor ha nacido aquí y, por ende, “no necesita el pasaporte salvadoreño”, me dijo la madre.

Mezclando inglés y español, como suele ser la conversación con las nuevas generaciones, el niño se pronunció con aire de superioridad ante sus hermanas: “Yo no soy salvadoreño, soy americano”.

Y así respondo a mi estúpida duda: “Para que mi hijo no piense de esa manera”.


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Actualización: Hoy, 21 de diciembre, la madre de mi esposo viajó después de casi un año a visitarnos. Nos trajo algunas cosas valiosísimas para sobrevivir en el invierno que apenas comienza: café del occidente de El Salvador, regalitos de la familia y un aceite de alcanfor, mentol y romero para descongestionar narices... y además, la partida de nacimiento del niño. El registro se tardó un poco más de lo normal -se tardó casi tres meses- porque hubo un error administrativo en el procesamiento, el cual fue subsanado. Y aquí la tenemos: esta Navidad estamos regalándole su doble nacionalidad. 


La versión original de este artículo fue publicada en el blog Baby ¡boom! de El Observador

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