Thursday, December 5, 2013

El arte más triste

Obra de arte que evoca el paisaje del campo en El Salvador creada por
 un niño del programa TRAC de The Children's Village, NY
Llegaron, cada uno en su propia caja. A las 10:00 de la mañana en punto, según se anunció ante nuestra puerta el despachador de FedEx.

Son lienzos con dibujos de casas, rodeadas de verde, el intenso azul del cielo y banderas de El Salvador. Son las casas de la nostalgia.

Esta es la única forma de contacto que se me ha permitido con los niños salvadoreños que han permanecido en The Children’s Village, una institución humanitaria ubicada en las afueras de Nueva York, que provee albergue temporal a los detenidos por las autoridades de inmigración.

En la jerga migratoria estadounidense, se trata de “unaccompanied minors”, menores que no tenían nada ni a nadie cuando fue interrumpido su camino hacia el “sueño Americano”.

Cuando conocí a la cónsul salvadoreña en Manhattan, Sandra Cruz, me llamó la atención una serie de manualidades dispersas en su despacho, el último y no tan espacioso cubículo de la sede diplomática. Además de los cuadros pintados con óleo y acrílico, así como los míos, las manualidades también representan casas hechas con paletitas de madera.

De su gaveta, la funcionaria sacó unas fotografías con los rostros de tres jovencitos: sonrisas en un lado, dedicatoria en el otro. Dan las gracias por toda la ayuda que les dio.

Cada caso serviría para escribir una novela testimonial de horror, desamparo, violencia, desarraigo, pero también de esperanza. Las obras de arte han sido creadas por chicos que huyeron de sus casas, ubicadas en barrios violentos, sitiados por pandillas, o porque ya no aguantaron la ausencia de sus padres que se vinieron “al Norte” hace años buscando una mejor vida.

Quisieron escapar de El Salvador, uno de los países más violentos del mundo, con la inocencia a flor de piel y sin imaginar que ese sueño ahora es pesadilla para muchos, incluso para sus mismos ciudadanos, incapaces de hallar trabajo, pagar la renta, seguros y cubrir la canasta básica.

Es el arte más triste.

Al inicio obtuve respuestas secas, casi en rechazo a la posibilidad de hacer un reportaje sobre la Villa. Correos, llamadas infructuosas. Con la mediación de la Cónsul finalmente se pudo concretar un encuentro telefónico con las autoridades de la institución: el acceso a los niños está totalmente prohibido. La Villa tiene la obligación de no revictimizar a sus huéspedes, muchos de ellos han sido abusados verbal, física y sexualmente en el camino desde su tierra.

Cualquier pudiera pensar que los peligros que corren los inmigrantes en la tierra de nadie, entre pandilleros, secuestradores y los mismos policías corruptos, los hará desistir. Eso no lo hace ni lo hará. Y suman miles quienes siguen intentándolo, hasta 25 mil menores este año, dicen algunas fuentes.

Una vez solventado el impasse con las autoridades de The Children’s Village, el reportaje fue publicado aqui.

Las cuatro obras ahora adornan una de las paredes más importantes de nuestro apartamento en Brooklyn. Es el arte más triste, pero a la vez más lleno de esperanza que conozco.







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